Habia una pinza que no me dejaba vivir. Me tenía seco y sin sonido interno.
Era un triste eco de su tristeza.
Siempre me sucede cuando no me vuelvo clandestino.
Aceptar de los demás lo real suyo y jugar la partida de la tristeza pero el espíritu no se puede encerrar.
Es el espíritu el que no se queda.
Es libertad y mi grandeza frente a la real bajeza de lo que se interpreta como real.
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