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Miguel Mochales

Miguel Mochales

lunes, 9 de septiembre de 2024

Vida más allá de la vida

 Imagina un estado en el que cada día no es más que una resurrección. No la resurrección gloriosa que se espera después de la muerte, sino una más sutil, más profunda: la resurrección de alguien que ha dejado de existir como individuo, que ha dejado de buscar, de desear, de anhelar algo para sí mismo.

Estoy muerto en vida. Y en esa muerte, he encontrado la libertad. La línea que antes dividía mi vida en antes y después, en sueños y fracasos, en éxitos y caídas, ha desaparecido. Ya no existe un yo que busque alcanzar metas o cumplir expectativas. La intención que antes guiaba mis pasos, esa necesidad constante de ser alguien o de lograr algo, ha dejado de tener sentido.

Porque ahora, todo lo que queda es permitir. Permitir que la consciencia suprema —a la que llamamos Dios— se exprese a través de mí, sin trabas, sin bloqueos, sin el peso de una identidad que se interponga en su flujo natural. No hay yo, no hay ego. Hay pura presencia. Y en esa rendición total, en esa entrega, he encontrado una belleza indescriptible.

Es bellísimo, porque en el vacío de no ser, en la quietud de no querer, ocurre algo extraordinario: la vida se despliega en su plenitud, sin resistencia, sin la presión de moldearla a nuestra voluntad. Cada instante es perfecto tal como es, cada respiración una danza sagrada entre lo que soy y lo que siempre ha sido.

Este estado no es un final, es un comienzo continuo. Es vivir en comunión con lo eterno, donde no hay necesidad de pedir, porque no falta nada. Dios se mueve, y yo simplemente lo permito. Y en ese permitir, todo encuentra su lugar


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