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Miguel Mochales

Miguel Mochales

domingo, 3 de junio de 2018

La mañana


 La mañana siempre un ejercicio de eternidad, aprende andar por ella. Es en ella donde lloras y lloras porque te rías, y te ríes tanto que empiezas a parecer un loco recorriendo los abismos de la soledad bohemia.

Hoy los niños no van al colegio y en la calle una chica pasado con su perro porque luego vendrá a entrenar.

 Hay un sitio donde las mañanas son fáciles. Te levantas y sueñas pero jamás lloras, solo te deshaces en ternura. Ahora te voy a dar la mano, quiero que camines junto a mí y además corras cuando yo no te vea.

Las historias son fáciles las cuentas así, quizás sin problemas, quizás sin grandes ambiciones, pero sobre todo con el deseo de alcanzar sueños bohemios de poeta.

 Los caballos no son azules, los príncipes que no tenían ese color, los cargan en brazos porque están los pobres equinos cansados de ir a buscar princesas.

Ahora los niños no lloran por superhéroes, prefieren simplemente ganar dinero a sus padres.

Lo hacen a base de robar cariño, por un instante, por un sublimes instante. Por un instante tan sublime que es como una lágrima rota al amparo de un adulto que no cumplido sus sueños.

El niño se ríe, tiene la tablet para volar.

El mundo exterior es mucho más aburrido. Están aburrido que cuando él quiere hacer algo, apenas si el mundo tiene aplicaciones que le gusten tanto como su tablet.

 Ahora ya nadie juega a llorar por amor. Se olvidaron los poemas. Los poemas de Quevedo. Los poemas de amor que se llaman sonetos. La fragancia de la poesía inherente al dolor que con fragor nace en las puertas del alba.

 Quiero que corras conmigo ven y dame la mano la mañana acaba de empezar y aunque ahora haya sesión en el Dojo, guardamos un rincón para ti no sé tu nombre. Allí donde veas una invitación sin etiqueta es para ti.

...No le busques sentido, no lo tiene, o no. Miguel mochales, maestro zen

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