**Amén: La Confirmación del Infinito**
En el acto de pronunciar "Amén," se condensa la profundidad del espíritu humano en un gesto sencillo, pero infinitamente significativo. Este término, que en su origen hebreo significa "así sea" o "es verdad," trasciende lo meramente lingüístico para convertirse en una afirmación cósmica: un pacto entre lo finito y lo infinito, entre la palabra y el silencio, entre el ser humano y el misterio que lo trasciende. "Amén" es, en esencia, un sello de confianza en el orden último de las cosas, un eco humano que aspira a resonar en la frecuencia del universo.
Comparado con el término "Om," el cual en la tradición védica es considerado el sonido primordial, el vibrar del cosmos, "Amén" parece operar desde un lugar más específico, más humano. Mientras "Om" invoca el flujo universal y eterno que une todas las cosas, "Amén" se erige como un puente entre la inmanencia y la trascendencia. "Om" es el sonido de lo que simplemente *es*; "Amén" es la afirmación de lo que *debe ser*. Uno es la vibración original del cosmos, el otro, la respuesta del espíritu humano, no como un eco pasivo, sino como un compromiso activo con lo divino.
Ambos, sin embargo, comparten un núcleo común: el poder del sonido para dar forma a lo intangible. "Om" vibra como el hilo que teje el universo en su totalidad, y "Amén" vibra como la respuesta humana que confirma la conexión con ese tejido. Si "Om" es la vibración que nos envuelve, "Amén" es la vibración que brota desde dentro, como una chispa que se une al fuego eterno.
De manera similar, el acto de decir "Amén" es un acto de aceptación radical, pero no de sumisión ciega; es, más bien, una entrega consciente al flujo de lo sagrado, una afirmación de la verdad aun cuando esta verdad no sea plenamente comprendida. Así, "Amén" y "Om" no son términos que se excluyen, sino que dialogan en una danza cósmica: uno representa el sonido eterno que nos precede, el otro la decisión de caminar hacia él con fe.
"Amén" no cierra, sino que abre. No clausura la oración; la proyecta hacia el infinito. Es la última palabra que inaugura el silencio fecundo, el instante en que las palabras se agotan y comienza la comunión con lo innombrable. En este sentido, "Amén" se transforma en el eco humano de "Om," la vibración del universo, un recordatorio de que, en el fondo, el ser humano y el cosmos no son entidades separadas, sino expresiones diferentes de una misma melodía eterna.
Y así, al decir "Amén," nos unimos al coro del universo, afirmando que lo que ha sido dicho, sentido o soñado no es un final, sino el principio de un devenir eterno. Como una chispa en el vasto fuego del cosmos, "Amén" es nuestra respuesta humilde, pero poderosa, al llamado infinito del misterio. En su sencillez, es la máxima profundidad; en su brevedad, la eternidad. DC
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