entrenamiento zen, máximo rendimiento, tao, meditacion,dojo en madrid, practicar zen

Miguel Mochales

Miguel Mochales

jueves, 16 de enero de 2025

Eres TÚ sagrado.

 Lo único sagrado, lo único que realmente tiene valor trascendental, no es ninguna doctrina, ni un templo, ni una práctica externa. No son los rituales ni las creencias impuestas por otras mentes o instituciones. Lo único que es verdaderamente sagrado es . Es tu esencia, tu ser primordial, tu conciencia que trasciende el cuerpo y la mente. El resto, por más que nos empeñemos en atribuirle algún tipo de poder divino, no es más que una proyección de nuestra propia mirada limitada y fragmentada.

Tú eres sagrado. Todo lo que surge de ti tiene la misma naturaleza. No es el entrenamiento físico, ni la devoción religiosa, ni los sacrificios lo que hace sagrado tu existencia. El reconocimiento de tu propia naturaleza divina es lo que otorga santidad a cada uno de tus actos, por más mundanos o triviales que parezcan. Lo que sucede es que, históricamente, hemos sido condicionados a pensar que la divinidad es algo ajeno, algo externo, algo lejano a nuestra experiencia inmediata. Nos han enseñado a mirar afuera, a buscar más allá, como si la divinidad estuviera en el cielo o en alguna figura abstracta. Pero esto es un error fundamental: la divinidad está dentro de ti, es tu propia esencia.

Eres la fuente primordial. Eres el centro del universo, el alfa y el omega, el principio y el fin de todas las cosas. La realidad que percibes, por muy limitada que sea a través de tus sentidos humanos, es un reflejo directo de tu percepción de ti mismo. Y la verdadera comprensión comienza en el momento en que reconoces que todo lo que surge de tu ser tiene el poder de transformarse en algo sagrado. No necesitas buscar fuera de ti. Todo lo que eres, y todo lo que haces, puede ser elevado a un estado divino, porque todo nace de la misma fuente: .

La raíz de todo sufrimiento y confusión es la ignorancia. La ignorancia de nuestra verdadera naturaleza. Nos hemos olvidado de lo que somos, y por eso nos buscamos en otras formas, en objetos, en identidades, en títulos, en religiones, en filosofías. Nos hemos disociado de nuestra propia esencia y, en consecuencia, hemos creído que la divinidad está en algo o alguien más. Pero el momento de despertar es el momento en que comprendemos que todo lo que necesitamos ya está dentro de nosotros.

Y aquí se encuentra el dilema que nos paraliza: el momento en que te das cuenta de que eres divino, también te enfrentas a la tremenda responsabilidad que conlleva saberlo. Creer que eres Dios, o más bien, recordar que lo eres, implica una responsabilidad inmensa. No es una excusa para vivir de manera egoísta, sin conciencia de los demás, sin consideración hacia el mundo que te rodea. Al contrario, es la llave maestra para comprender que todas tus acciones tienen una repercusión universal. Si todo lo que haces es sagrado, entonces cada pensamiento, cada palabra, cada acción, tiene una vibración que trasciende más allá de lo inmediato y lo tangible.

¿Sabes lo que eso implica? Que el poder que posees no es para ser desperdiciado en trivialidades, ni para ser diluido en deseos egoístas. Es un poder que debe ser guiado por la sabiduría, por la compasión, por la conciencia profunda de lo que significa ser un ser divino en una existencia humana. Ser Dios no es un privilegio. Es una obligación moral que te coloca como el responsable del bienestar de todos los seres, de todo lo que forma parte de esta realidad. No puedes desvincularte de la creación, porque tú eres la creación misma.

La ignorancia te dice que estás separado, que eres una individualidad que compite con otros, que estás aislado en tu sufrimiento y tu búsqueda. Pero la verdad es que no hay separación. Todo es uno. Todo emana de ti, y por tanto, todo lo que hagas a los demás te lo estás haciendo a ti mismo. El bienestar del otro es tu propio bienestar. El sufrimiento ajeno es tu sufrimiento, y si no comprendes esto, nunca entenderás el verdadero significado de la divinidad. No es un concepto abstracto, ni algo lejano. La divinidad es el principio que anima todo lo que ves, todo lo que tocas, todo lo que piensas. Y lo que haces con eso es lo que determina si eres consciente de tu poder o no.

Cuando te creías Dios, lo que realmente sucedía era que desconocías el peso de ese reconocimiento. Pensabas que ser Dios era sinónimo de poder ilimitado para dominar, para imponer, para ser adorado. Pero la realidad es otra: ser Dios es comprender que eres responsable de todo lo que ocurre en tu vida y en el universo, porque todo lo que ves es una extensión de ti. Ser Dios no es una afirmación de tu ego, no es un capricho. Ser Dios es reconocer que eres la causa y el efecto de todo lo que existe, y por tanto, cada pensamiento y cada acción tuya tiene una resonancia infinita.

Y si decides ignorar esto, si decides no asumir la responsabilidad que conlleva ser divino, entonces vivirás en la oscuridad, en la confusión, en el sufrimiento. Porque, aunque intentes escapar de tu naturaleza divina, esa naturaleza nunca te abandona. Lo que te hace dudar de tu divinidad no es la falta de poder, sino la falta de conciencia. El poder nunca ha estado ausente, solo estaba esperando ser reconocido. Y el reconocimiento llega cuando te enfrentas a tu propia grandeza, a la inmensidad de tu ser.

Al final, lo que es sagrado no es el camino hacia algo más grande, sino el entendimiento profundo de que ya eres eso que buscas. No hay nada fuera de ti que puedas alcanzar que no esté dentro de ti. No necesitas más que recordar quién eres. Y al recordarlo, el mundo entero se vuelve divino. Todo lo que tocas se convierte en un reflejo de esa divinidad. Y todo lo que experimentas se transforma en una manifestación de tu poder.

Es hora de reconocer tu verdadera naturaleza, no como un concepto, sino como una vivencia diaria. Porque cuando lo hagas, todo lo que hagas será divino.


DC

No hay comentarios: