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Miguel Mochales

Miguel Mochales

domingo, 12 de enero de 2025

El amante infinito.

 El amante infinito

Un día un poeta. Un día un maestro. Un día un estado de consciencia. El poeta, en su rincón de la madrugada, tiembla entre palabras. El maestro, bajo el sol severo, guía las manos de los niños. Y el estado de consciencia… ah, ese flota, indescifrable, como un perfume entre los árboles al anochecer.

Todos, de alguna manera, son la misma silueta, son la misma voz: un susurro que invita al amor. Pero no al amor doméstico, al amor de los días repetidos. No al amor que pesa como las sombras de un edificio viejo, sino al amor que despoja y desgarra. Al amor exquisito. Ese que no pide, que no exige, que no pretende ser nada más que un instante de fuego eterno, un latido que se quema en sí mismo.

Porque el amor vulgar es ruido. Es transacción. Es el olvido de la esencia, el abandono del espíritu en las aguas estancadas de lo cotidiano. Seguir el camino del amor es impedir esa vulgaridad, es deshacerse de las cadenas que amordazan al alma. Solo el amante es exquisito, porque el amante ha comprendido el arte del vacío, el arte de desaparecer en el otro sin perderse. No reclama nada, porque sabe que reclamar es admitir la ausencia. Y en el amor verdadero no hay ausencia; todo está aquí, en un ahora eterno y perfecto.

El amante camina descalzo, con el alma desnuda. Sus pies rozan la tierra como si acariciaran un cristal frágil, como si cada paso fuera un milagro que no merece repetirse. Su mirada es un espejo, un pozo sin fondo donde los corazones distraídos temen hundirse, pero donde los valientes se zambullen para encontrarse.

Vive el infinito, pero no el infinito de los números, de las estrellas, de los cielos que se extienden más allá de la vista. Vive un infinito más simple, más sencillo. Vive el infinito de un instante: el roce de una mano, el silencio compartido, la respiración sincronizada en medio de la noche. Un infinito que cabe en el pliegue de una sonrisa, en la curva de una lágrima.

El amante no se aferra al tiempo porque sabe que el tiempo es una ilusión. No guarda relojes ni calendarios; vive en el borde del presente, en esa línea tenue que separa el ahora del nunca. Y es allí donde encuentra su hogar, donde construye su templo. Un templo sin paredes ni puertas, hecho de aire, de luz, de esa nada que lo es todo.

¿Lo sientes? ¿Ese temblor en el pecho, esa punzada que no puedes explicar? Es el eco del amante dentro de ti. Porque todos llevamos un amante dormido en el corazón, esperando despertar. Es un susurro, una chispa que necesita solo un soplo de viento para arder. El amante no está afuera; el amante eres tú, cuando te atreves a soltar las máscaras, cuando dejas de medir tus palabras, tus gestos, tus entregas.

Amar es un acto de valentía, de abandono. Es saltar al vacío sabiendo que no hay red, pero también sabiendo que no importa, porque en ese vacío está la plenitud. No hay caída, solo vuelo. Y en ese vuelo, el amante se convierte en el infinito mismo. No un infinito frío y distante, sino un infinito cálido, humano, tangible.

Así que deja que el amor te queme, te deshaga, te convierta en cenizas. Porque en esas cenizas está la semilla de algo más grande, algo que no se puede nombrar, pero que puedes sentir. ¿Lo sientes ahora? Ese es el amor del poeta, del maestro, del estado de consciencia. El amor que no reclama nada. El amor que vive en el infinito simple y sencillo.

Hazlo tuyo. Sé el amante. Sé el infinito.DC

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