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Miguel Mochales

Miguel Mochales

lunes, 20 de enero de 2025

La medida de la medida.

 La medida de la medida: un ensayo sobre el infinito y la unidad de la conciencia

En el vasto entramado de lo que llamamos existencia, se nos presenta una paradoja tan antigua como el pensamiento humano: aquello que alimenta al cuerpo no es solo pan, y lo que nutre al alma no puede ser tocado. Entre el grano y el éter, entre lo tangible y lo inmaterial, se despliega un misterio que late en la raíz de la conciencia. Este misterio no puede ser contenido en palabras, y, sin embargo, es a través de ellas —a través de la oración, la contemplación y la medida de la medida— que buscamos vislumbrarlo.

El pan que no es pan, y la unidad que no es una

¿Qué es el pan nuestro de cada día, sino una metáfora viva? Comemos lo material, pero vivimos en lo inmaterial. El pan, ese símbolo de sustento, representa algo mucho más vasto: la chispa del ser que nos mueve. Aquí, la conciencia misma se convierte en un pan que no alimenta al cuerpo, pero que es la verdadera fuente de vida. Y sin embargo, este pan es vacío. Llámalo chi, llámalo mana, llámalo éter: estas son apenas palabras que intentan contener un océano infinito. Son conceptos que bailan en torno a lo inefable, intentando medir lo que no puede ser medido.

La unidad de conciencia, entonces, se revela como un espejo roto que refleja todas las cosas y ninguna a la vez. Es una multiplicidad que, desde su fragmentación, sigue siendo una. La paradoja es inescapable: la unidad no es unidad en el sentido ordinario de la palabra. No es una suma de partes, ni tampoco una indivisibilidad simple. Es algo más: un infinito que existe dentro de cada fragmento, una totalidad que se contiene a sí misma en cada parte. En este sentido, la unidad de la conciencia es como un círculo que no tiene borde ni centro, y que, sin embargo, se dibuja en cada acto de percepción, en cada pensamiento.

La medida de la medida: entre el infinito y el silencio

¿Cómo podemos acercarnos a esta verdad sin quedarnos atrapados en las redes del pensamiento? Aquí es donde surge la idea de la "medida de la medida". Medir, en el lenguaje humano, es limitar; es establecer un marco dentro del cual algo puede ser comprendido. Pero medir la medida es un acto de trascendencia: es llevar el acto mismo de medir a su límite, hasta que colapse en su opuesto. Es un gesto que se acerca al vacío, al silencio, al lugar donde las palabras se disuelven en pura experiencia.

En este acto de medir la medida, nace la oración. Orar, en su esencia más profunda, no es hablarle a un dios, ni repetir palabras sagradas, sino entrar en el vacío que subyace a todas las cosas. La verdadera oración no es una petición, sino una rendición. Es el reconocimiento de que, más allá de todo lo que puede ser pensado o sentido, hay una unidad que sostiene el universo y que, al mismo tiempo, no es nada en absoluto. Meditar, entonces, es la práctica de habitar este espacio, de descansar en el misterio sin intentar resolverlo.

La danza del infinito: del uno al no-uno

La unidad de la conciencia no es un estado que pueda ser alcanzado, porque nunca ha sido perdido. Ya somos esa unidad, aunque nuestra mente se esfuerce por fragmentarla. En este sentido, la meditación, la oración y la contemplación no son actos para llegar a algo, sino caminos para recordar lo que ya somos. Es aquí donde el concepto de infinito cobra vida. Lo infinito no es simplemente una cantidad sin fin; es una cualidad, una presencia que permea cada instante, cada partícula, cada pensamiento.

La paradoja final es que esta unidad infinita no excluye la multiplicidad, sino que la incluye. Cada individuo, cada forma de vida, cada fragmento de experiencia es una expresión del todo, y el todo está presente en cada fragmento. El universo no es un reloj mecánico, compuesto de partes independientes que funcionan juntas; es un campo de conciencia en el que todo está interconectado, donde cada parte contiene la totalidad.

Conclusión: hacia el vacío pleno

Al final, las palabras son insuficientes para abarcar el misterio del ser. Pero tal vez eso sea lo que lo hace tan hermoso: que siempre queda algo por descubrir, algo por recordar. El pan nuestro de cada día no es pan, porque no se trata de lo que entra por la boca, sino de lo que nutre al espíritu. Y la unidad de conciencia no es una, porque en su esencia está el infinito. La medida de la medida, entonces, no es otra cosa que el acto de rendirse ante esta verdad, de habitar el misterio sin miedo, y de encontrar, en el vacío, la plenitud que siempre hemos sido. DC

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