entrenamiento zen, máximo rendimiento, tao, meditacion,dojo en madrid, practicar zen

Miguel Mochales

Miguel Mochales

lunes, 20 de enero de 2025

Cielo y tierra

 Ensayo: El cielo, la tierra y la naturaleza del ser inmanente

En las tradiciones metafísicas, el cielo y la tierra suelen interpretarse como dos dimensiones complementarias: lo trascendente y lo inmanente, lo espiritual y lo material, lo eterno y lo mutable. Sin embargo, al reformular esta relación a partir de las ideas propuestas —donde el cielo es el campo del conocimiento meta psíquico y la tierra no es un reflejo, sino el lugar donde la naturaleza sucede—, se abre una perspectiva filosófica que desafía las dicotomías tradicionales y se centra en el flujo continuo del ser como un principio que “no se atora”. Este principio no solo revela la naturaleza de la existencia, sino también el modo en que lo trascendente y lo inmanente se relacionan sin necesidad de jerarquías rígidas.

El cielo como conocimiento meta psíquico: lo que va más allá de lo evidente

El cielo, entendido como el “campo de conocimiento meta psíquico”, no es un lugar físico ni un estado separado de la realidad inmediata. Es una dimensión que va más allá de lo evidente dentro de lo evidente. Este enunciado contiene una paradoja reveladora: lo meta psíquico no es algo ajeno a lo que percibimos, sino una profundidad subyacente a lo inmediato, un “más allá” que está incrustado en el “aquí”. El cielo, entonces, no es una abstracción, sino una experiencia directa del trasfondo que sostiene lo evidente.

En este sentido, el conocimiento meta psíquico no es algo que se pueda reducir a lo racional o lo sensorial. Es el acceso a una dimensión de la realidad que no se deja apresar por conceptos ni por categorías definidas. Este conocimiento se revela en la intuición, en el silencio, en la capacidad de percibir lo inmanente como algo que, simultáneamente, trasciende su propia inmanencia. El cielo, por tanto, no es un lugar, sino una forma de ver, un campo de percepción que transforma lo cotidiano en una puerta hacia lo infinito.

La tierra: el lugar donde la naturaleza sucede

La tierra, en esta visión, no es el reflejo del cielo, ni un mero receptáculo pasivo de la trascendencia. Es el ámbito donde la naturaleza sucede, donde el ser se manifiesta en su flujo continuo, en su movimiento ininterrumpido. La naturaleza, entendida como “aquello que no se atora”, es el principio dinámico que gobierna la inmanencia. No es una sustancia fija ni un objeto que pueda ser definido en términos estáticos; es el acontecer mismo, el flujo vital que nunca se detiene.

Aquí, la relación entre cielo y tierra se redefine. No se trata de un dualismo jerárquico, donde lo trascendente domina o explica lo inmanente, sino de una interacción orgánica, donde el cielo proporciona el trasfondo meta psíquico que permite que la tierra sea el ámbito del devenir. La tierra no es un reflejo del cielo, sino su correlato necesario, el espacio donde la trascendencia encuentra su expresión en la inmanencia, no como algo que se impone desde fuera, sino como algo que surge desde dentro.

La naturaleza como principio inmanente y origen del flujo

La naturaleza, al no “atorarse”, se presenta como un principio ontológico fundamental. En este contexto, “no atorarse” no implica solo movimiento físico, sino una cualidad existencial: la capacidad de fluir, de adaptarse, de transformarse sin quedar atrapada en estructuras rígidas. La naturaleza es el dinamismo del ser, el principio de vida que no se interrumpe ni se fija en formas definitivas.

Esta fluidez es también el origen de la inmanencia. La inmanencia no es algo dado, sino algo que acontece, que se despliega constantemente en el tiempo y el espacio. Al no “atorarse”, la naturaleza se convierte en el principio creador que hace posible la continuidad del ser. En este sentido, la inmanencia no es el “opuesto” de la trascendencia, sino su manifestación viva, su expresión en el mundo tangible.

La naturaleza, por tanto, no es un objeto externo que podamos observar desde una distancia. Es el principio que nos constituye, el flujo que nos atraviesa y nos sostiene. No somos separados de la naturaleza; somos expresiones de su movimiento, nodos en el flujo incesante de la existencia. Al reconocer esto, nos liberamos de la ilusión de la separación y participamos conscientemente en el dinamismo de la vida.

Cielo y tierra: la relación dinámica entre lo trascendente y lo inmanente

La relación entre cielo y tierra no es una relación de oposición, ni siquiera de complementariedad estática. Es una relación dinámica, un flujo continuo donde lo trascendente y lo inmanente se entrelazan. El cielo, como conocimiento meta psíquico, no está separado de la tierra; lo impregna, lo habita, lo sustenta. La tierra, como ámbito donde la naturaleza sucede, no es un mero reflejo del cielo; es el lugar donde lo meta psíquico se hace tangible, donde el trasfondo se convierte en forma.

Este dinamismo revela una ontología del flujo, donde el ser no es una entidad fija, sino un proceso en constante transformación. El cielo no es un fin último hacia el cual la tierra deba aspirar, ni la tierra es un punto de partida desde el cual alcanzar el cielo. Ambos son aspectos de un mismo movimiento, de una misma realidad que se despliega en múltiples dimensiones.

Conclusión: Atención al flujo del ser

La clave para comprender esta visión radica en la atención. Estar atento significa reconocer el flujo del ser, percibir cómo lo inmanente y lo trascendente se entrelazan en cada momento, cómo la naturaleza no se atora, sino que fluye constantemente, revelando el trasfondo meta psíquico que la sostiene. Esta atención no es un acto pasivo, sino una participación activa en el dinamismo de la existencia, un compromiso con el devenir como principio fundamental del ser.

En última instancia, esta perspectiva nos invita a abandonar las dicotomías rígidas y a abrazar una visión del mundo donde lo trascendente y lo inmanente no son opuestos, sino aspectos de un mismo flujo vital. El cielo y la tierra, lejos de ser polos separados, son manifestaciones de una única realidad dinámica, donde la naturaleza, al no atorarse, nos muestra el camino. Dc hacia una existencia plena y consciente.

No hay comentarios: