El amor: la mayor mentira. Un espejismo que trastoca la realidad, una ficción que nos convence de la eternidad en un mundo de instantes finitos. Pero ¿es realmente una mentira? O quizá sea un mecanismo cerebral, una compleja danza de neurotransmisores, de oxitocina y dopamina, que nos hace creer en algo más grande, más noble, más eterno que nosotros mismos. El amor no es más que un destello químico, un eco de nuestra biología que el humano, con su ansia de trascendencia, ha vestido de poesía.
La razón: la mayor excusa. La usamos como estandarte de nuestra superioridad, como argumento para justificar lo que, en el fondo, ya habíamos decidido. La razón no guía, sino que sigue; no crea, sino que valida. Es la coartada perfecta de nuestras emociones, el escudo que levantamos para no admitir que somos impulsos, deseos, contradicciones. Sin embargo, ¿qué es la razón sino otro fenómeno de tu mecánica neurocelular? Un cálculo eléctrico que interpreta el caos del mundo y nos da la ilusión de control.
La poesía: la mayor injusticia. Porque toma lo que es efímero, lo que duele, lo que pasa desapercibido, y lo vuelve eterno. Con ella se roban las voces de quienes no supieron hablar, los paisajes que nadie miró, los momentos que nadie quiso recordar. Y aún así, ¿no es la poesía la más humana de nuestras injusticias? Es el arte de embellecer lo que es crudo, de inmortalizar lo fugaz, de transformar el dolor en significado. La poesía, como la vida misma, no es justa, pero es inevitable.
Y así, todo vuelve al mismo lugar: tu mecánica neurocelular. Allí donde se desenvuelve el universo, donde las conexiones sinápticas crean amor, razón y poesía. ¿Quién eres tú, entonces? ¿Eres la biología que te impulsa o eres algo más? Tal vez no haya respuesta. Tal vez solo podamos afirmar que todo, absolutamente todo, está hecho de lo mismo: de impulsos eléctricos, de química, de ese teatro cósmico que se despliega en tus neuronas.
Es otro mundo, pero está en este. Lo cotidiano encierra lo extraordinario. Cada mirada, cada palabra, cada pensamiento, es la historia del universo repitiéndose a escala microscópica. Vivimos en un cosmos de estrellas apagándose, de galaxias colisionando, pero también en el microcosmos de una lágrima cayendo, de un beso que no llega, de un poema que nunca se escribió.
No es magia. Es biología. Pero en esa mecánica neurocelular hay algo que no se puede explicar del todo, algo que rebasa los límites de la materia, algo que quizás no es real pero se siente como si lo fuera. Allí, en ese espacio entre lo tangible y lo intangible, está el verdadero milagro.
Así lo diría el maestro Miguel Móchales: La vida no es más que el mecanismo del cosmos desmoronándose y reconstruyéndose en cada célula, en cada pensamiento, en cada palabra. Es otro mundo, pero está en este, y su mayor verdad es que nunca será completamente comprendido.
DC
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