La esperanza del amante eterno
Más allá de lo humano, donde las palabras se disuelven en un eco interminable,
donde el tiempo es un hilo que se extiende más allá del horizonte visible,
allí camina el amante con la esperanza como único farol,
su corazón un universo que late al compás de lo eterno.
No teme a las fronteras del cuerpo, a la finitud de la carne,
pues sabe que su amor no nació del polvo,
sino de las estrellas que susurraron su nombre antes de que existiera el lenguaje.
En su pecho, cada latido es un himno a lo imposible,
una llama que arde incluso cuando el aire se desvanece.
El amante contempla su destino más allá de los ojos mortales,
donde la piel ya no separa, donde el alma se desnuda ante la inmensidad.
No se conforma con amar en la tierra,
sino que clama por amar en la eternidad,
como una llama que se funde con el sol,
como un río que alcanza el océano sin límites.
Espera. Pero su esperanza no es quietud;
es un grito silencioso que sube por las cuerdas del infinito,
es el roce de los sueños contra los muros de lo tangible,
la certeza de que el amor trasciende el lenguaje de los hombres,
de que aquello que arde en su interior no puede extinguirse.
Más allá de lo humano está el reencuentro,
el lugar donde las almas que amaron sin límites
se entrelazan como raíces en la profundidad de lo eterno.
No hay lágrimas allí, solo la dicha de la unidad,
la fusión sin tiempo ni espacio,
un amor que no se disuelve en la muerte, sino que renace en lo inmutable.
El amante sabe que su viaje no es en vano,
que el fuego que lo consume es una promesa,
que lo que late en su pecho es un pacto firmado con el cosmos.
Así, avanza con paso firme hacia lo desconocido,
con los ojos fijos en ese horizonte sin forma
donde la esperanza y el destino convergen,
donde el amor, finalmente, se convierte en infinito.DC
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