Atiéndeme un instante y baja las manos. Meditar es tener la medida de tu vida. Y la medida de tu vida no está en la cabeza. ¿Me seguís? Nunca la cabeza ha sufrido tanta toxicidad por exceso de información. ¿Me oís? Yo quiero salir de mi cabeza.
Imposible, dices. Imposible significa todo aquello que solo puede suceder hacia adentro. Si no es hacia adentro, no hay posibilidad. Cuando hicimos el ejercicio del jinete, ¿no notaste cómo ardían las piernas? Ese fuego es el inicio de la luz. Pero si esa luz cae directamente en la cabeza, la quema. ¿Me explico? La conciencia es un lujo: va más allá de los sentidos. Luxar una articulación es desencajarla; imagina qué pasaría si toda esa luz entrara en la cabeza sin filtro: quemaría tu mente.
Por eso yo la deposito en el arco del triunfo, en la zona génesis, en la cadera. Solo así la cabeza te respeta: “Soy cabeza, no me calientes de ideas; necesito el reflejo que viene desde abajo, no que me entre todo directamente.” ¿Lo captas?
Antiguamente la salud era integral: salud personal, salud mental, salud corporal y salud económica. En 2008, en una convención de médicos, preguntaron cuántos estaban en salud y de seiscientas personas nadie levantó la mano. Eso quiero decir con esto: tratar la enfermedad no es lo mismo que cultivar la salud. Cultivar la salud es la verdadera salud.
Con todo esto entras en un proceso que mejora tu salud mental, física y psicológica, y aumentas tu capacidad para rematar tu vida. ¿Me oís bien? ¿De verdad me oís bien?
Escuchadme: felicidades por estar aquí. Felicidades. Estáis en el lugar adecuado. Qué bonito es acompañaros.
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