Atendedme. ¿Me veis bien? Dadme un afirmativo con la cara. Mirad esto que tengo aquí: una barra de poder, una barra de torsión. Cuando la cojo con las manos y intento doblarla, si la doblo del todo podría con ese peso, pero no obtengo resultados reales. ¿Me comprendéis? Vencer no es lo mismo que mejorar.
Si tomo la barra y la curvo hasta que empieza a generar frecuencia, entonces todos mis músculos se sincronizan: música, reverberación. No se trata de vencer ni de perder: quédate en el medio. En ese punto intermedio recibes todo lo que necesitas.
Os lo digo de otra forma: siempre he buscado sistemas de entrenamiento. El principal problema era el coste físico brutal —roturas de fibras, desgarros— hasta que mi maestro me enseñó: del duro al blando. Aprende a poder con el esfuerzo para que luego no vivas queriendo poder a toda costa. ¿Me entendéis?
El tiempo que aguantas en jinete, sin levantarte, ese tiempo de estrés mecánico, llena el alma de vida. Vivirás tanto como tengas música dentro. ¿Me seguís? Es la única vía para alcanzar la dignidad de la vida.
Y os digo una última cosa: cuando entráis al jinete muchas veces os veo con el gesto contraído. ¡Qué bonitos estáis cuando tembláis y al terminar! En el dojo antiguo había un lema: nadie que entra por la puerta sale sin tener mejor cara. La vida es ese instante. El maestro sabe mucho, sí, pero yo quiero que salgas con mejor cara, con los sentimientos distintos, con alguien que te hable con ternura y que cuide tu corazón.
Los grandes boxeadores me han dicho siempre: “más hostias da la vida”. Recordad: estáis en una competición llamada vida. No os la toméis demasiado en serio; nadie sale vivo de ella. ¿Lo captáis? Por eso trabajamos el amor: amor significa no morir. Etimológicamente, amor quiere decir que no mueres; lo que entregas aquí permanece en la eternidad.
Esto era lo que quería compartir. Ahora, poned las manos en meditación, en garras de oso, por debajo del ombligo, y tira hacia afuera sintiendo esa tensión.
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