Meditar de pie no es un gesto, ni una moda, ni una imagen para colgar en redes. Es, en realidad, un acto de trascendencia. Llega un momento en la vida en el que no basta con pensar, con entender o con leer; hay que encarnar. Y ahí es donde empieza la verdadera meditación.
Déjame que te haga una sola pregunta, una que puede cambiarlo todo:
¿De verdad crees que el mayor secreto de Oriente —la meditación— se entrega fácilmente, solo porque tú, con tu mentalidad occidental, llegas y lo pides? ¿De verdad crees que en los monasterios del monte Gudang o en los templos antiguos de Japón se revela un conocimiento milenario únicamente “por tu cara bonita”?
La respuesta es no.
Meditar no es huir del mundo: es tomar la medida del tiempo en el que vives. No es sentarse a olvidar lo que pasa, sino aprender a que cada instante sea un eco de eternidad. Y para ello, hay que empezar desde lo más simple y lo más profundo: el cuerpo.
🌱 Las tres fases de la meditación de pie
1. Las raíces.
Apoya con consciencia los pies en el suelo. No solo apoyarlos: siente cómo cada centímetro de tu planta recoge el pulso de la tierra. La sabiduría ancestral dice que en el pie está dibujado el mapa del mundo, y cuando despiertas esa sensibilidad, dejas de estar separado de él.
2. El canal interno.
Lleva la atención a tu eje vertical interior: el gemelo interno, el vasto interno del cuádriceps, los aductores, el suelo pélvico. Ese es el canal que sostiene la columna del ser. Desde ahí, aprieta suavemente hacia dentro y desciende con el glúteo y los hombros alineados en vertical.
Ese descenso no es un movimiento mecánico:
- Es la puerta por la que la energía penetra en la cadera.
- Es el inicio del ascenso del poder vital desde el centro.
3. La metamorfosis.
Aquí el cuerpo se vuelve símbolo:
- Los glúteos son la mariposa, el poder desplegado.
- La zona genital, el gusano, la fuerza primigenia.
- El suelo pélvico, la crisálida, el lugar donde lo que fue se transforma en lo que será.
Cuando meditas desde la cadera —y no desde la cabeza—, lo que sucede es que el pensamiento deja de ser el centro. Tu mente deja de girar en círculos y empieza a orbitar alrededor de algo más antiguo, más sabio, más verdadero: el cuerpo consciente.
Esa es la puerta del despertar.
No se accede a ella con ideas, ni con técnicas robadas a otros tiempos. Se accede bajando al suelo, sosteniéndote en ti, respirando desde la raíz y dejando que el cuerpo se convierta en templo.
Porque, al final, meditar de pie no es pensar en Dios: es estar tan vivo que no hay distancia entre tú y la vida.
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