Cierra un momento los ojos.
Deja que todo se aquiete en ti.
Pon las palmas de las manos hacia arriba.
Permite que tu respiración fluya, observa cómo entra y cómo sale el aire.
Nota dónde lo sientes, cómo se abre el pecho, cómo vibra el diafragma.
Ahora gira lentamente las manos y colócalas boca abajo.
Presta atención: la respiración cambia.
El aire desciende, se asienta en la parte baja del vientre, como si el suelo mismo te sostuviera desde adentro.
Vuelve de nuevo, despacio, a colocar las palmas hacia arriba.
Percibe cómo el aire se eleva otra vez hacia el diafragma.
Dos posiciones, dos formas de respirar, dos formas de sentir.
Concéntrate en ese contraste.
Ese simple giro de la mano abre en ti dos mundos distintos de aire y de presencia.
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